Máscaras en la actuación

La máscara abre un territorio donde la acción se vuelve más nítida y el cuerpo responde desde otro lugar. Trabajamos con ella como una puerta hacia modos de presencia que rara vez aparecen en la vida cotidiana, una vía que permite que el cuerpo tome decisiones antes que el rostro.

El entrenamiento comienza desde una exploración intuitiva, dentro de un espacio grupal que permite que cada participante encuentre qué figura emerge cuando el rostro queda en silencio. Esa búsqueda abre arquetipos, impulsos y disposiciones físicas que surgen sin pasar por el filtro habitual de la expresión consciente.

A lo largo de la historia, la máscara tuvo funciones rituales que permitían atravesar estados liminales y abrir experiencias de transformación. Hoy ese mismo gesto funciona como una vía para observar zonas internas que suelen quedar ocultas. Al cubrir el rostro, se desplaza el eje y aparece una forma distinta de conectarse con la acción.

En el laboratorio actoral, las máscaras que usamos forman parte de mi propio trabajo. Cada una fue hecha a mano con dedicación y tiempo, parte de un proceso personal que sigue latiendo dentro del espacio. Sostienen una cualidad propia en la forma en que pesan, respiran y condicionan el movimiento, y eso permite que cada máscara proponga una disposición distinta en el cuerpo y en la escena. Esa cualidad ofrece un cierre claro al trabajo, dejando que el cuerpo termine de integrar lo que la máscara abrió.